Hace unos años vi una película llamada ‘Coach Carter’. En la película hay una escena en la que se recita un poema desconocido para mí entonces: Our deepest fear – Marianne Williamson. En él decía:
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, la que más nos asusta.
Me pegó fuerte y me emocionó mucho esa escena, me sentí bastante identificado. Durante días o semanas la tuve en mente con ganas de cambiar algo en mi que no estaba alineado con mi forma de ver la vida pero lentamente esa revolución interna quedó aletargada y escondida en alguna parte de tu cerebro; nos ocupamos de lo diario, la escuela, el trabajo, relaciones… y dejamos atrás esa sensación en la que algo no funciona y andamos desequilibrados.
Y es que todos estos miedos de los que hablo vienen de una narrativa interna muy escondida y desarrollada. Igual os suena de algo: ‘Hay cientos de personas haciendo fotografía, ¿que vas a ofrecer de nuevo?’, ‘Vas a hacer el ridículo hablando en cámara, estás mejor cómo estás ahora’. Ese síndrome del impostor…
Estaba trabajando entonces en un hotel y una madrugada tras un turno de noche en recepción me fui a dormir con la sensación que mi proyecto de fotografía lo había dejado durmiendo y no estaba alineándose con mi propósito o mis ideas. No quería trabajar en lugares que no encajaban con mi estilo de vida y aún así lo hacía generando una tensión interna. Días atrás había grabado mi primer vídeo para Youtube y lo había aparcado hasta que encontrara un mejor momento. Antes de irme a dormir escribí en mi libreta: termina el vídeo, Alex!! y, además mi mente no me dejaba descansar y lanzó una cuerda para rescatar del pozo dos recuerdos, el de esa escena de la película y recuerdos de mi infancia en el colegio y la respuesta de un profesor en el último día de clase.
‘Tu hijo no sirve para estudiar, es mejor que se dedique a trabajar’ – esas fueron las últimas palabras del director de la escuela cuando acababa de cumplir 18 años y no conseguía superar las clases que estaban destinadas a niños más jóvenes que yo. Tras ese recuerdo rebobiné a mi adolescencia cuando compré mi primera cámara y mi primera revista, o cuando le dedicaba horas después de la clase a modelar monumentos arquitectónicos de mi ciudad en cartón o dibujaba personajes de Dragon Ball. O mis horas en clase en las que dibujaba en papel fotografías que veía en los libros de geografía, historia y matemáticas. Eso era lo que me gustaba y en las asignaturas relacionadas con esto, pues sobresalía. Pero no era lo suficientemente bueno para seguir estudiando, supuestamente. Y yo me lo creí. Se instaló en lo más dentro de mi core.
Esa creencia me ha acompañado toda mi vida hasta casi los 40 años. Y a día de hoy sigo trabajando todos esos dolores creativos: los miedos, las dudas, la inseguridad, la baja autoestima… Todos esos dolores que acentúan la parte más sobreprotectora y atenúan la creatividad. Esconderse y hacerse pequeño para no sobresalir. El concepto de: no puedo llegar dónde quiero llegar porqué no hago lo que la gente dice. Lo que los demás hacen. Cuándo te dedicas a algún registro artístico es posible que llegues a la conclusión que debes algo a alguien pero lo importante es hacer lo qué más te apasione y lo demás vendrá. El mundo es tan amplio que si nos debemos al gusto heterogéneo de los demás, nunca daríamos abasto.
Me fui a dormir tras terminar mi turno a las 6.30 y cuando me levanté dije: hoy empiezo mi nuevo viaje. No mañana, hoy. No hay excusas, hoy. Porqué prefiero equivocarme en algo que me apasiona y aprender, que acertar en algo que me deja indiferente pero está en mi confort. Por qué las nuevas historias están dirigidas por nuestro niño interno. Y honestamente creo que el niño interno es ese creativo que nunca muere.
Y a ti te pregunto, ¿cuál es tu dolor creativo? Me encantaría saberlo.
La creatividad siempre ha existido dentro de nosotr@s pero en un momento a lo largo de nuestro recorrido comenzamos a esconderla de alguna manera. Siempre he tenido una creencia que mi creatividad dependía de algo externo y que nunca tenía nada que enseñar. Ese ha sido mi dolor creativo. Una de las razones por las que nunca me decidía a tomarme en serio mi fotografía era por esa falsa creencia que me llevó a un gran descontento interno que no podía deshacerme de él.
En algún sitio escuché o leí lo siguiente: Creativity is the pulse of human life. Y me parece la descripción más perfecta del propósito humano.
Deja atrás el personaje que te has creado influenciado por nuestro bagaje cultural, educativo o familiar.
No te tomes tan en serio. Disfruta.
Cómo un niño; Los niños no se preguntan por qué hacen lo que hacen. Simplemente crean – aunque a veces no lo entendamos y nos pongamos las manos en la cabeza jaja –
Gracias por leerme, o no.
Un abrazo,
Alex